“Abrió
la tierra con las manos.
De
su entraña brotó
sangre
amarilla de un relámpago”.
Con vientres de viva cal
engendran las aceras
marionetas de carne muerta,
sueños que se desgranan.
Largas columnas de cuerpos robotizados
regresan a sus moradas;
les llama con voz metálica
el guardián que recluye las almas.
En la distancia yacen los planetas.
Son en el infinito sus cuerpos
resplandecientes gigantes de niebla.
Hay seres perdidos bajo el suelo,
caudalosos ríos de humo negro.
El silencio brota de la nada;
navega sin rumbo la soledad del agua.
Nadie sabe la pena
que se queda en la rama,
desnuda de su aroma,
reseca de esperanza.
ELENA
MARTÍN VIVALDI
Era la hora justa del abordaje
tuyo
y eras alta y morena y por tu
boca
ondeaban las rojas banderas de la
fruta.
JAVIER
EGEA
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