11/18/2016

ELEGÍA DE OTOÑO

En escaleras de aire
vuelan impermeables negros.
Viajan sin equipaje
nubes de sombreros.

Se encienden y se apagan los colores.
Rítmico tintineo de aromas.

Ya es otoño.
Palidece el corazón de las hojas.

Gusanillos de greda
construyen crisálidas de madera.
El llanto de un niño
en la aurora despierta.

En un navío de caracolas
se acerca el otoño.
Irradian fugaces las sombras.

Quisiera de un trago
beberme lamentos de la tarde,
gigantes de agua turbia.
Poseerte en tu lecho de nenúfares.

Distante se apaga el horizonte.
Desnudas manos de árboles
acunan aves sin alas.

Retienen los abrigos
misterios en los bolsillos.
Se desvanece la luz,
la cerradura de tu alcoba.

Cae la tarde y caigo con ella.
Mis ojos se congelan,
buscan un destello en los pasillos,
el contraluz del ocaso.

Irrumpe la noche. 
La casa se estremece.
Todo se inunda
de diminutas pupilas blancas.

Te siguen, te observan. Sientes
la soledad sobre tu cuerpo deshecho.
Caes abrazado al tiempo.

Deshojas los almanaques,
los recuerdos. Quisieras
deshojarte a ti mismo.

Un rayo de luz repentino te atraviesa.

La casa se enciende, se encienden
los recuerdos, se diluyen los espectros.
El frágil sol estalla en la boca,
transita como lava por las venas.

Te aferras al fulgor del instante, antes
que el otoño regrese
sobre un caballo sombrío;
vertiendo espuma negra por la boca.

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